Inapelable y contundente, algunos de los muchos calificativos con los que se puede calificar la victoria de Evo Morales y el MAS en las elecciones del pasado 6 de diciembre. 64% de los votos y los dos tercios de la nueva Asamblea Legislativa Plurinacional son solo los resultados más visibles de la cita electoral, pero hay muchos más elementos para el análisis.
Resultados
Con una participación superior al 90% del censo, el MAS se consolidad como el (único) ganador de las elecciones en Bolivia, tras escrutarse el 99% de los votos y llevarse un porcentaje de los mismos del 64%. Su más directo competidor, el Plan Progreso de Manfred Reyes Villa, ex prefecto de Cochabamba y representante de la derecha se ha quedado en un 27% y el tercero en discordia, el empresario cementero y dueño de la cadena Burguer King en Bolivia, Samuel Doria Medina, ni siquiera llega a un discreto 6%.
En palabras del Vicepresidente Álvaro García Linera, se ha dado una autentica revolución territorial, en la que el MAS ha pasado de ganar en 2005 con un millón de votos a mas de tres millones a favor del oficialismo, lo que le permitirá tener presencia mayoritaria en 269 de los 328 municipios del país.
De manera complementaria, y sin poder obviar del análisis, se ha roto claramente la dicotomía campo ciudad, superando el 50% del voto urbano, y desmontando la falacia de que todo su caudal de votos viene del campo.
Perspectivas
Tras la cita electoral, los desafíos de gobierno se abren a nuevas perspectivas. El programa del MAS tiene una clara orientación desarrollista y modernizadora (desde una perspectiva occidental), en el que es cuestionable incluso la calificación de izquierdas o indigenista, para difuminarse en un gran polo hegemónico que atrae desde el voto fiel de los cocaleros o pueblos indígenas, hasta sectores de clase media acomodados o incluso empresariales.
No podemos estar más de acuerdo con Pablo Stefanoni, director de la edición boliviana de Le Monde Diplomatique, en el retrato que hace del actual proceso, definiéndolo como un nacionalismo popular, con rostro indígena, pero que recupera casi por completo los imaginarios modernistas, industrialistas y desarrollistas
Ese nacionalismo popular más que revolucionario, heredero de la revolución de 1952, se asienta en tres ejes principales, la vertebración caminera del país, mediante grandes obras de infraestructura, la lucha contra la pobreza y en favor de la salud y la educación, y un salto industrial, que permita sacar a Bolivia de los altos índices de pobreza que tiene, y pueda comenzar a mirar de igual a igual a países de su entorno cercano como Perú (ya en el mismo nivel en cuanto a índices de desarrollo), Chile o Argentina.
Este proyecto de país podría verse refrendado en las próximas elecciones prefecturales y municipales del 4 de abril, la última oportunidad de la oposición de plantear una alternativa mínimamente creíble y no basada en el odio, el racismo y la confrontación con la multitud.
La multitud a la que alude Toni Negri, o los nuevos actores colectivos a los que se refiere Boaventura de Souza Santos, en Bolivia se decantan por el nacionalismo, por un nacionalismo popular, industrializador y modernizador; pero si se saben aprovechar las potencialidades del momento histórico, y superar las contradicciones para ir avanzando, ahora es el momento de construir desde abajo y por la izquierda en la nueva Bolivia, que va transformándose desde el año 2000, que en 2005 dio un gran paso adelante y en el 2009 ha comenzado un nuevo capítulo en la historia de la descolonialidad del poder en América Latina.
*Katu Arkonada es investigador y analista de CEADESC (Centro de Estudios Aplicados a los Derechos Económicos, Sociales y Culturales)
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=97424
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