Hoy 16 de septiembre se cumple un aniversario más de la caída en combate de Marcelo Feito, el teniente Rodolfo, uno de los ejemplos comunistas a seguir, Claudia Korol escribe:
"Ahora vamos a ver si seremos como el che"
Con esas palabras se despidió de nosotros Marcelo Feito, al partir para El Salvador. "Nosotros", éramos sus compañeros de la "fede", militantes comunistas que queríamos ser consecuentes con ese che redescubierto después de tantas muertes y ocultamientos. "Nosotros", éramos los compañeros de la Brigada del Café, que en Nicaragua, al tiempo de cortar el "rojito", aprendíamos a latinoamericarizar nuestras convicciones y creencias, y a unirnos en una única batalla contra toda forma de dominación.
En Nicaragua, en donde el primer grupo de 120 brigadistas estuvimos en enero y febrero del 85, compartiendo esfuerzos con los jóvenes sandinistas, aprendimos a andar en los surcos, conocimos los esfuerzos de la alfabetización, la encarnizada guerra con la contra, los poemas de Lionel Rugama y el "¡que se rinda tu madre!". También supimos que muchas de nuestras formas de pensar y querer la revolución se volvían chaleco de fuerza contra los sueños. Entendimos que los dogmas pesan más que las mochilas o las bolsas llenas de rojito con que bajábamos del surco.
En Nicaragua conocimos a los jóvenes salvadoreños, que al tiempo que hacían su guerra, compartían con nosotros trabajos solidarios.
Marcelo, militante de la zona norte de la provincia de Buenos Aires fue en otra brigada. Volvió conmovido. Atravesado por el "descubrimiento de América". No dudó cuando se le planteó integrar una brigada de combatientes internacionalistas, que participara en la guerra revolucionaria de El Salvador junto a los compas del Farabundo Martí.
En El Salvador, Marcelo fue conocido como Teniente Rodolfo, y así lo recuerdan los militantes que pelearon codo a codo en Chalatenango, y lo vieron desparramar su amor en La Montañita. Marcelo tenía una hermosa mirada y una sonrisa contagiosa. También podía volverse serio y desafiante, si creía advertir incoherencias entre nuestras palabras y acciones. Quería empujar los cambios, de la manera en que entendíamos en ese momento que era lo más revolucionario, apoyar la iniciativa de la revolución salvadoreña que proclamaba que "si Nicaragua venció, El Salvador vencerá". Ayudar a vencer, fue el esfuerzo en el que Marcelo entregó su vida aquel 16 de septiembre.
"Ahora vamos a ver si seremos como el che", nos recuerda tantas veces desde aquel día. Como el che, quería decir para "nosotros", poner el cuerpo en los sueños, el corazón en las ideas, reivindicar la rebeldía en donde reina el conformismo, desplegar la creatividad para conjurar el reformismo, desafiar a la vida y a la muerte, para que la historia continúe.
Muchas veces soñé con Marcelo y su mirada alegre, con su pregunta inquietante... ¿cómo vamos, compas? Muchas veces me desperté con un nudo de Nicaragua doliendo en la garganta; con la necesidad de recorrer la tierra salvadoreña donde duermen los sueños combatientes; con la urgencia de palabras que a veces nos sobresalta en nuestra argentina rebelión. El 20 de diciembre del 2001, entre el fuego y el humo, vi volar una piedra certera, como los disparos de Marcelo. El pibe que la tiró, que no conoció a Marcelo, tenía en el pecho una remera del Che. Era muy parecido a Marcelo, y también al otro chaval que conocí en Chiapas, aprendiendo y enseñando a escribir la historia. Yo, que no conocía al pibe que tiró la piedra, recordé en su sonrisa orgullosa, un gesto de Marcelo. No creo que me haya entendido cuando festejando el impacto de la piedra, y corriendo de unos gases le dije medio riendo y medio llorando: "ahora vamos a ver si seremos como el che".
"Ahora vamos a ver si seremos como el che"
Con esas palabras se despidió de nosotros Marcelo Feito, al partir para El Salvador. "Nosotros", éramos sus compañeros de la "fede", militantes comunistas que queríamos ser consecuentes con ese che redescubierto después de tantas muertes y ocultamientos. "Nosotros", éramos los compañeros de la Brigada del Café, que en Nicaragua, al tiempo de cortar el "rojito", aprendíamos a latinoamericarizar nuestras convicciones y creencias, y a unirnos en una única batalla contra toda forma de dominación.
En Nicaragua, en donde el primer grupo de 120 brigadistas estuvimos en enero y febrero del 85, compartiendo esfuerzos con los jóvenes sandinistas, aprendimos a andar en los surcos, conocimos los esfuerzos de la alfabetización, la encarnizada guerra con la contra, los poemas de Lionel Rugama y el "¡que se rinda tu madre!". También supimos que muchas de nuestras formas de pensar y querer la revolución se volvían chaleco de fuerza contra los sueños. Entendimos que los dogmas pesan más que las mochilas o las bolsas llenas de rojito con que bajábamos del surco.
En Nicaragua conocimos a los jóvenes salvadoreños, que al tiempo que hacían su guerra, compartían con nosotros trabajos solidarios.
Marcelo, militante de la zona norte de la provincia de Buenos Aires fue en otra brigada. Volvió conmovido. Atravesado por el "descubrimiento de América". No dudó cuando se le planteó integrar una brigada de combatientes internacionalistas, que participara en la guerra revolucionaria de El Salvador junto a los compas del Farabundo Martí.
En El Salvador, Marcelo fue conocido como Teniente Rodolfo, y así lo recuerdan los militantes que pelearon codo a codo en Chalatenango, y lo vieron desparramar su amor en La Montañita. Marcelo tenía una hermosa mirada y una sonrisa contagiosa. También podía volverse serio y desafiante, si creía advertir incoherencias entre nuestras palabras y acciones. Quería empujar los cambios, de la manera en que entendíamos en ese momento que era lo más revolucionario, apoyar la iniciativa de la revolución salvadoreña que proclamaba que "si Nicaragua venció, El Salvador vencerá". Ayudar a vencer, fue el esfuerzo en el que Marcelo entregó su vida aquel 16 de septiembre.
"Ahora vamos a ver si seremos como el che", nos recuerda tantas veces desde aquel día. Como el che, quería decir para "nosotros", poner el cuerpo en los sueños, el corazón en las ideas, reivindicar la rebeldía en donde reina el conformismo, desplegar la creatividad para conjurar el reformismo, desafiar a la vida y a la muerte, para que la historia continúe.
Muchas veces soñé con Marcelo y su mirada alegre, con su pregunta inquietante... ¿cómo vamos, compas? Muchas veces me desperté con un nudo de Nicaragua doliendo en la garganta; con la necesidad de recorrer la tierra salvadoreña donde duermen los sueños combatientes; con la urgencia de palabras que a veces nos sobresalta en nuestra argentina rebelión. El 20 de diciembre del 2001, entre el fuego y el humo, vi volar una piedra certera, como los disparos de Marcelo. El pibe que la tiró, que no conoció a Marcelo, tenía en el pecho una remera del Che. Era muy parecido a Marcelo, y también al otro chaval que conocí en Chiapas, aprendiendo y enseñando a escribir la historia. Yo, que no conocía al pibe que tiró la piedra, recordé en su sonrisa orgullosa, un gesto de Marcelo. No creo que me haya entendido cuando festejando el impacto de la piedra, y corriendo de unos gases le dije medio riendo y medio llorando: "ahora vamos a ver si seremos como el che".
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